Humildad y Autoridad
Ser
humilde en los cargos de autoridad. Ante todo, no olvidemos que ejercer
autoridad es un servicio, como cualquier otro servicio. Que exige más virtud,
eso es cierto. Porque, si ser humilde en
circunstancias humildes exige esfuerzo, ser humilde en condiciones de autoridad
exige más esfuerzo. A mayor responsabilidad, mayor humildad. El
soberbio cuando sube al poder es tirano, el humilde cuando asume la autoridad
es líder. Su grandeza no está en dominar a los demás, sino en dominarse a sí
mismo. Sin
embargo, el humilde jamás pierde la autoridad: “no suceda que,
por excesiva humildad o falsa humildad, se pierda autoridad en el gobierno” (San
Agustín). La anarquía es totalmente opuesta a la humildad. El
humilde sirve a los demás, no se sirve de los demás. Se preocupa de velar por
bien común, no de favorecer sólo a sus partidarios. En la soledad de las
alturas, su mejor compañía es Dios, confidente en la oración. Cada vez que
concluye una obra buena, se dice: “siervo inútil soy, no he hecho más
que lo que tenía que hacer” (Lc 17,10). Y todo esto, el humilde lo hace porque se
siente agradecido con Dios, pues Dios ha obrado maravillas en su vida. “Significa
aceptar en la humildad la propia tarea de la profesión secular y sus
exigencias, allí donde cada uno se encuentre, pero aspirando al mismo tiempo a
la más íntima comunión con Cristo”